Se ignora el tema, se le da poca importancia,las propias mujeres no luchan por que se esclarezcan los casos, y los responsables salen impunes.
LA NOTA:
Por Pedro Lipcovich
Robos y femicidios
En estas últimas semanas se registra en la Argentina una serie de casos de mujeres que, rociadas con alcohol, fueron quemadas. Estas acciones, por las que fueron denunciados ex cónyuges de las víctimas, han tenido en la opinión pública una repercusión relativamente escasa, por ejemplo si se la compara con la que obtuvo la agresión a la señora Carolina Píparo en ocasión de robo. No es inútil preguntarse por las razones de esta diferencia, especialmente por cuanto la represión y prevención de los delitos ligados al femicidio depende de una disposición que debe verificarse al interior de la sociedad.Para examinar esta cuestión, conviene no imaginar que la opinión pública sea víctima inocente de medios de comunicación que la manipularían: es preferible indagar cuáles son aquellos puntos ciegos, sintomáticos, inconfesables, donde en todo caso los medios encuentran anclaje para sus manipulaciones.
Carolina Píparo, como cualquier víctima de violencia en situación de robo, no fue agredida en tanto mujer sino en tanto propietaria; pero se destaca su condición de mujer embarazada, a punto de dar a luz: fue atacada una madre, y la atacó un extraño.
Las mujeres quemadas, en cambio, son agredidas, no en tanto propietarias, sino en tanto propiedad. El método empleado apunta a la destrucción del cuerpo, ante todo de la piel, la envoltura en la cual el cuerpo se constituye como deseable y deseante. Y quien presuntamente ataca no es un extraño sino el ex marido: el que tuvo (¿tiene?) derecho a ese cuerpo cuya su propiedad le fue arrebatada por ella misma, la mujer que así recibe castigo. Al igual que el culpable de homicidio en ocasión de robo, esta mujer ha pretendido robarle a otro su propiedad. En un acto insoportable, la propiedad pretende afirmarse como propietaria.
Además, está bien lejos de ser una madre. Si la imagen de la madre se consume en el desvelo por el hijo, bien lejos de todo deseo sexual, la mujer quemada es la que, en el acto de separarse del hombre, reveló su deseo. Nada más sexual que la mujer que, al no desear ya a un hombre, manifiesta su disposición a desear a otros.
Finalmente, el femicidio emerge desde el ámbito que se ha dado en llamar vida privada: esfera cuya apertura siempre es incómoda, que es mejor cerrar de inmediato y de la que es preferible que no se sepan ciertas cosas, precisamente aquellas en las que el sujeto podría verse llevado a desagradables identificaciones con el victimario o con la víctima. Mucho más objetivable, es decir, mucho más seguro para este sujeto de la opinión pública, es el crimen en ocasión de robo: ¿cuál no sería la repercusión, cuál la exigencia de castigo si, tras irrumpir un ladrón en una casa, la dueña fuera rociada con alcohol e incinerada?
En cambio puede hablarse con facilidad del femicidio cuando se da en el registro de una cultura diferente. Lapidaciones pueden tematizarse sin riesgo porque, claro está, quien lapida es el otro. Pero quemar viva a la gente, especialmente a mujeres, forma parte de la cultura cristiana en Occidente. Ello ayuda al magistrado a la hora de establecer que estas mujeres se quemaron a sí mismas o que fue la casualidad, el destino o el juicio de Dios lo que derramó alcohol sobre sus cuerpos.